El fin del ciclo político

(columna de 2013, traída desde el archivo)

Llevamos año escuchando sobre la resiliencia del orden político heredado de la dicotomía Si/No del plebiscito de 1988. Los resultados de la última CEP, en particular el sorprendente apoyo que demuestra Michelle Bachelet, vienen a demostrar que este ciclo político terminó. Que la política, no de mañana, sino de hoy, se juega ya en otras claves.

La estabilidad de este sistema consistía en su predictibilidad. Tanto por mantener un padrón relativamente estable, pero también por generar lealtades políticas por parte del electorado relacionadas con las visiones sobre el pasado reciente de Chile, cuya máxima expresión ocurrió en 1988. Tanto lo que entendemos como “derecha” como lo que entendemos como “izquierda” se definió y se diferencian justamente en el conjunto de símbolos y discusiones ligadas a la dictadura en Chile: los DD.HH., las reformas económicas, el valor de la democracia y la figura de Pinochet.

Desde entonces, articuladas en torno a partidos relativamente fuertes, se construyeron coaliciones que soportaron el peso del tiempo con apoyos electorales bastante estables. Incluso, gracias a diversos amarres estructurales, se dificultó la creación y consolidación de nuevos partidos. Bien entrado el siglo XXI, diversos estudios indicaban que las razones que mejor explicaban el voto de las personas, era su lealtad con los símbolos del plebiscito.

La primera pista del resquebrajamiento de este ciclo la tuvimos en la elección presidencial pasada. La presencia de MEO le construyó a muchos votantes un “puente de oro” para, por primera vez, cambiarse de bando. El rechazo a las prácticas de la Concertación, sus líderes y partidos permitió que el muro de contención que separaba a quienes habían apoyado el “Si” de quienes habían apoyado el “No” en 1988 se rompiera por primera vez de manera significativa y permitiera la elección de Sebastián Piñera. La pregunta era si ese quiebre con las lealtades históricas sería sólo por esa vez, o hablaba de un cambio permanente en la política chilena.

La encuesta CEP revelada ayer ha dado a entender la estabilización de un proceso nuevo: El apoyo electoral a Michelle Bachelet parece ser mucho mayor al esperable para alguien de su coalición. En las preguntas cerradas sobre escenarios de primera vuelta, obtiene cerca del 60% de los votos. Si consideramos que la votación de MEO también proviene del tronco histórico de quienes le deberían lealtad al “No”, ese apoyo sumado llega hasta el 68%, lo que es mucho mayor al mejor resultado histórico de ese sector político (Frei 1993, con 58%).

¿Esto significa un movimiento permanente hacia la izquierda? Probablemente no. Tal como el triunfo de Piñera no significó un movimiento permanente hacia la derecha.

Estos cambios parecen demostrar que la división Si/No ya no es tal. Que un creciente porcentaje del electorado está dispuesto a darle la espalda a sus lealtades históricas con los símbolos de 1988. Tanto porque generacionalmente tienen poco que ver con ella (lo que ahora es relevante gracias al voto voluntario), como porque el tiempo transcurrido parece haber insertado nuevos símbolos, hitos y temas en las preocupaciones nacionales, que son mayores a los que justificaban la mantención de estas lealtades. Todo esto, por cierto, es muy positivo.

En el lado peligroso, otra señal es que la lealtad con los partidos políticos ha bajado hasta niveles críticos. Mientras estos se mantienen fijos al ciclo histórico de la política nacional que nace en el plebiscito, los electores parecen haber superado ese ciclo, y con él, a los partidos y coaliciones que lo representan y siguen viviendo a su sombra, todos los cuales sufren hoy cifras récord de rechazo. Incluso la misma división izquierda/derecha, representada por los símbolos del plebiscito, es rechazada por la mayoría del electorado, quienes no se sienten ubicados en ella según la encuesta CEP. El tener un sistema político (partidos, coaliciones) tan desacoplado con las preocupaciones de la población, genera un riesgo tremendo. Partidos sólidos, representativos y que sean capaces de canalizar los anhelos y deseos de los electores, son fundamentales para una democracia sana, y es la única protección que tenemos contra populismos catastróficos.

Probablemente la presidencia será ocupada nuevamente por Michelle Bachelet. Pero esta vez no será porque ella representa un sector político o una coalición mayoritaria, sino sólo por el símbolo que ella representa en forma directa. Sus partidos serán casi intrascendentes y tendrán escasa influencia, ya que le sumarán escaso capital y poder político. Esto, por supuesto, es peligroso, ya que el país entero estará en los hombros de una sola persona y no de un robusto sistema de partidos o coaliciones.

Para el futuro, si deseamos evitar el riesgo de rampante populismo en el que ya parecemos haber caído, el sistema de partidos debe responder al nuevo ciclo político. La oportunidad histórica de los partidos tradicionales para representar este nuevo escenario, está terminando. Le llegada de nuevos partidos, alineados a este nuevo ciclo que compitan, derroten y reemplacen a los actuales, comienza a ser urgente.

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