Una enorme movilización ciudadana encendió los ánimos para una reforma profunda y presionó al sistema político a dar rápida respuesta. Complejo, puesto que los slogans propuestos representaban políticas públicas injustificadas técnicamente y dañinas socialmente. El gobierno respondió con una serie de propuestas que dejaron muy satisfechos a sus pocos adherentes, por lo responsables y serias. Pero fueron recibidas con indiferencia por la población, la que no vio respondidas las demandas y frustraciones inherentes a las banderas que levantaban. Pero la movilización continuó y la siguiente marcha sería la más multitudinaria. Esto pasó el 2011 y está pasando ahora. La historia entonces siguió un derrotero que bien puede ser repetido: los slogans (más que las demandas y frustraciones, que nunca se entendieron bien) pasaron a ser parte central de la futura campaña presidencial, donde la candidatura que sería ganadora terminó abrazándolos y luego intentando transformarlos en política pública, con el resultado que todos conocemos.
La razón del triunfo del fin del lucro y la gratuidad en educación, fue que sus proponentes nunca se enfrentaron a un relato consistente y contrastante. La única respuesta fue un “no”. La carga emocional de ese “no” fue una combinación fatal: era estar de lado de quienes se habían hecho millonarios con la educación de mala calidad, de quienes habían corrompido a reguladores para acreditar instituciones y carreras que no cumplían ningún estándar, de quienes violaban la ley lucrando con la educación superior, siendo increíblemente uno de ellos el mismísimo ministro de educación. La discusión se convirtió en una de dos bandos, donde para la ciudadanía estaba clarísimo quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos. Eso terminó decidiendo una presidencial, entregándole a la ganadora un mandato político de poder incontrarrestable (al menos inicialmente) y condenar al país a malas políticas públicas. Estamos ad portas de repetir la historia. Tenemos dos bandos, y uno de ellos ganará en la próxima presidencial. Si es el bando de “No más AFPs”, bien podremos terminar con un sistema de reparto destructivo para nuestro futuro y nuestras pensiones. Si es el bando de “AFPs con maquillaje”, simplemente pospondremos la inevitable y destructiva reforma, a menos que sean capaces de relegitimar en los años siguientes un sistema de pensiones que la ciudadanía pasó de no entender a desconfiar completamente, gracias en no poca medida a sus propias instituciones y protagonistas. Para evitar el desastre, debemos ser capaces de entender mejor las emociones, frustraciones y desconfianzas que impulsan la demanda ciudadana, para construir una salida a la trampa argumental de los “dos bandos” que terminará con uno de ellos como el casi seguro ganador, y con todo el país como perdedor. Debemos estar dispuestos a sacrificar lo secundario, como las AFP, para no sólo rescatar, sino aprovechar la oportunidad de potenciar lo fundamental: el ahorro individual. Me explico.